vendredi, mars 23, 2012

dos presidentes hablan del placer de la lectura y el pensamiento creativo

¿Aires de cambio para América Latina? Más allá de discursos vacíos: dos presidentes hablan del placer de la lectura y el pensamiento creativo

“Hay que enseñar la lectura como un placer, no como una obligación”


El presidente colombiano, Juan Manuel Santos, ha resaltado la importancia de la lectura como "la herramienta más eficaz para encontrar la equidad en un territorio como el nuestro”, durante el acto de inauguración del Primer Encuentro Internacional de Formación de Lectores en la Primera Infancia organizado en Bogotá por la Fundación Santillana y el Gobierno de Colombia. Santos destacó además que su gobierno seguirá apoyando las iniciativas para la primera infancia, “fortaleciendo programas que incentiven el pensamiento creativo y articulando los esfuerzos de las diversas entidades hasta que cada niño, en todos los rincones del país, reciba una atención integral de calidad”. Además recordó que se han triplicado las inversiones en lectura para la primera infancia, y garantizó que éstas “se mantendrán durante los años de nuestro gobierno”. Si los libros son un placer, “hay que enseñar la lectura como un placer y no como una obligación, y los primeros que podemos y debemos hacerlo somos nosotros, los padres de familia”, concluyó.


El presidente de Uruguay, José Mujica, trasmitió de una forma dulcemente clara el valor de la cultura


Palabras de José Mújica, presidente de Uruguay, pronunciadas en un discurso en favor de la Educación. (Tomado del blog de la org “Educación sin fronteras” http://www.educacionsinfronteras.org/es/82/106020/)
En esta vida, no se trata sólo de producir: también hay que disfrutar. Ustedes saben mejor que nadie que en el conocimiento y la cultura no sólo hay esfuerzo sino también placer. Dicen que la gente que trota por la rambla, llega un punto en el que entra en una especie de éxtasis donde ya no existe el cansancio y sólo queda el placer. Creo que con el conocimiento y la cultura pasa lo mismo. Llega un punto donde estudiar, o investigar, o aprender, ya no es un esfuerzo y es puro disfrute. ¡Qué bueno sería que estos manjares estuvieran a disposición de mucha gente!
Qué bueno sería, si en la canasta de la calidad de la vida que el Uruguay puede ofrecer a su gente, hubiera una buena cantidad de consumos intelectuales. No porque sea elegante sino porque es placentero. Porque se disfruta, con la misma intensidad con la que se puede disfrutar un plato de tallarines.
¡No hay una lista obligatoria de las cosas que nos hacen felices! Algunos pueden pensar que el mundo ideal es un lugar repleto de shopping centers. En ese mundo la gente es feliz porque todos pueden salir llenos de bolsas de ropa nueva y de cajas de electrodomésticos. No tengo nada contra esa visión, sólo digo que no es la única posible. Digo que también podemos pensar en un país donde la gente elige arreglar las cosas en lugar de tirarlas, elige un auto chico en lugar de un auto grande, elige abrigarse en lugar de subir la calefacción.
Despilfarrar no es lo que hacen las sociedades más maduras. Vayan a Holanda y vean las ciudades repletas de bicicletas. Allí se van a dar cuenta de que el consumismo no es la elección de la verdadera aristocracia de la humanidad. Es la elección de los noveleros y los frívolos. Los holandeses andan en bicicleta, las usan para ir a trabajar pero también para ir a los conciertos o a los parques. Porque han llegado a un nivel en el que su felicidad cotidiana se alimenta tanto de consumos materiales como intelectuales. Así que amigos, vayan y contagien el placer por el conocimiento. En paralelo, mi modesta contribución va a ser tratar de que los uruguayos anden de bicicleteada en bicicleteada.
Y amigos, el puente entre este hoy y ese mañana que queremos tiene un nombre y se llama educación. Y mire que es un puente largo y difícil de cruzar. Porque una cosa es la retórica de la educación y otra cosa es que nos decidamos a hacer los sacrificios que implica lanzar un gran esfuerzo educativo y sostenerlo en el tiempo. Las inversiones en educación son de rendimiento lento, no le lucen a ningún gobierno, movilizan resistencias y obligan a postergar otras demandas. Pero hay que hacerlo. Se lo debemos a nuestros hijos y nietos. Y hay que hacerlo ahora, cuando todavía está fresco el milagro tecnológico de Internet y se abren oportunidades nunca vistas de acceso al conocimiento.
Yo me crié con la radio, vi nacer la televisión, después la televisión en colores, después las transmisiones por satélite. Después resultó que en mi televisor aparecían cuarenta canales, incluidos los que trasmitían en directo desde Estados Unidos, España e Italia. Después los celulares y después la computadora, que al principio sólo servía para procesar números. Cada una de esas veces, me quedé con la boca abierta. Pero ahora con Internet se me agotó la capacidad de sorpresa. Me siento como aquellos humanos que vieron una rueda por primera vez. O como los que vieron el fuego por primera vez. Uno siente que le tocó en suerte vivir un hito en la historia.
Se están abriendo las puertas de todas las bibliotecas y de todos los museos; van a estar a disposición, todas las revistas científicas y todos los libros del mundo. Y probablemente todas las películas y todas las músicas del mundo. Es abrumador.
Por eso necesitamos que todos los uruguayos y sobre todo los uruguayitos sepan nadar en ese torrente. Hay que subirse a esa corriente y navegar en ella como pez en el agua. Lo conseguiremos si está sólida esa matriz intelectual de la que hablábamos antes. Si nuestros chiquilines saben razonar en orden y saben hacerse las preguntas que valen la pena.
Es como una carrera en dos pistas, allá arriba en el mundo el océano de información, acá abajo preparándonos para la navegación trasatlántica. Escuelas de tiempo completo, facultades en el interior, enseñanza terciaria masificada. Y probablemente, inglés desde el preescolar en la enseñanza pública. Porque el inglés no es el idioma que hablan los yanquis, es el idioma con el que los chinos se entienden con el mundo. No podemos estar afuera. No podemos dejar afuera a nuestros chiquilines. Esas son las herramientas que nos habilitan a interactuar con la explosión universal del conocimiento. Este mundo nuevo no nos simplifica la vida, nos la complica..Nos obliga a ir más lejos y más hondo en la educación.
No hay tarea más grande delante de nosotros "La única lucha que se pierde, es la que se abandona. Hasta la victoria siempre!!!


dimanche, mars 18, 2012

Présentation de Los almuerzos de Evelio Rosero


Evelio Rosero s’est essayé à différents genres littéraires comme la nouvelle, le roman, l’essai, la poésie, le théâtre et les livres pour enfants.

Son dernier roman, La carroza de Bolívar a été présenté au «Hay Festival de Cathagène des Indes» en janvier 2012. Rosero précise qu’il n’a pas écrit ce livre pour détruire le mythe de Bolívar, mais plutôt pour rétablir une vérité qui a été occultée pendant 200 ans.


Los almuerzos a été publié en septembre 2009 chez Tusquets. C’est un roman court de 136 pages dont le titre pourrait être en français Les déjeuners de bienfaisance. En effet ce roman raconte l’histoire d’un bossu attaché à une paroisse de Bogota, dont le travail consiste à organiser et superviser des déjeuners de charité pour les nécessiteux dans une salle qui peut accueillir 99 personnes.


Presentation d'Irene Vasco et ses lieux fantastiques


          Lugares fantásticos de Colombia
Ediciones B, Bogotá 2010.

Nous avons beaucoup aimé Lugares fantásticos de Colombia:  ce voyage à la découverte de la Colombie nous est présenté comme une aventure fantastique... 

Les illustrations de la couverture nous invitent à entrer dans un monde enchanté : nous y voyons une fée, une sorcière, un petit singe espiègle, des notes de musique, un arbre qui marche...

mardi, mars 13, 2012

Álvaro Mutis


À redécouvrir: Le dernier visage d'Álvaro Mutis

 
L’auteur distille cette alchimie délicate et secrète qui transforme une histoire simplement racontée avec des mots en un récit passionnant suivi du début à la fin sans que l’ennui s’insinue dans la lecture et qui fait dire au lecteur qu’il a bien aimé le roman. 
Hervé Gautier

Après la fin de la deuxième guerre mondiale, une librairie en liquidation vend un ensemble de manuscrits dont l’auteur est le Colonel de lanciers polonais Miecislaw Napierski.


Attiré par la mention d’un lieu et une date: «Santa Marta, décembre 1830», le narrateur découvre dans ces pages ce qui constitue un épisode de l’histoire de la Colombie et qui raconte des faits en relation à un homme et aux circonstances de sa mort.


Nous avons découvert Stella Maris


Stella Maris, Frédérique Marthouret
Harmattan, 2009.
Stella Maris, la première publication de 
Frédérique Marthouret. Harmattan, Francia, 2009

C'est un recueil de nouvelles de sujets divers, en apparence, car au fil de la lecture c'est comme si les morceaux d'un miroir brisé retrouvaient leur place.




La dispersion de Daniel Bourdon


La dispersión
Daniel Bourdon, Fata Morgana, Francia, 2002.

Breves, poéticos y plenos de guiños son los nueve relatos de este libro. Se construyen a partir de muy pocos elementos; quizás sea la no referencialidad ni espacial ni temporal el hilo conductor, sobre todo una invitación al disfrute de la palabra y sus vínculos…

Las situaciones creadas sirven para dar imagen a la reflexión o desencadenar asociaciones oníricas. Un narrador omnisciente algo esquivo, a veces testigo distraído o protagonista  muy a su pesar, nos va dejando el mínimo de pistas para que avancemos a tientas seducidos por la evocación poética. El lenguaje es el verdadero protagonista; indagar sobre sus orígenes y hechura un móvil frecuente. El hombre y sus pocos referentes sirven entonces de metáforas para la reflexión metafísica de la palabra.


Article sur Daniel Bourdon par P. Werly

Daniel Bourdon : l’art d’inquiéter l’espace

Daniel Bourdon, écrivain rare et discret, a publié à ce jour cinq livres, tous à l’enseigne de Fata Morgana : Les gardiens du territoire en 1999, La dispersion en 2002, L’opuscule en 2005, Abécédaire en 2006 et Lettre morte, paru à la rentrée 2007. A ces livres peuvent s’ajouter un volume de traductions du poète vénézuélien Rafael Cadenas, Fausses manœuvres (Fata Morgana, 2003), tant cette langue et cet imaginaire poétiques consonent avec ceux de leur traducteur, ainsi qu’un ouvrage hors commerce, Becs et ongles, publié en 2005, qui rassemble des peintures d’Enán Burgos et quelques pages détachées, dans lesquelles il est question d’oiseaux, de cette même plume à la fois légère et angoissée par la pesanteur qui nous entretient d’écrivains dans L’opuscule. Ces livres, si l’on excepte Lettre morte, un court récit en deux volets, rassemblent des « histoires brèves », comme les nomme l’auteur dans un entretien au Matricule des Anges de septembre-octobre 2002, hésitant à parler de « nouvelles ». Chacun de ces récits donne la parole à un narrateur nouveau, exerçant une profession différente (on y trouve des écrivains, des lecteurs, des copistes, mais aussi un officier de la marine militaire, un cadre commercial, un ornithologue, un cartographe, un joueur, etc.) Ces narrateurs sont anonymes, la plupart vivent à une époque indéterminée, qui ressemble à la deuxième moitié du siècle dernier en Europe ou en Amérique latine, mais les lieux décrits étant parfois fortement indéterminés et de qualité presque mythique, la question du moment historique n’est pas celle qui se pose d’emblée. Ce qui frappe est plutôt que chaque fois que commence un récit, que s’élève une nouvelle voix, c’est un monde nouveau qui apparaît, avec ses lois propres, qui nous sont données peu à peu à comprendre ou qui restent énigmatiques, pour le narrateur comme pour le lecteur (et ce caractère indécidable ne relève pas d’un artifice rhétorique mais d’une recherche menée du dedans de l’écriture).
La brièveté de ces récits ne s’oppose pas à leur complexité : non seulement les univers décrits sont énigmatiques, mais les personnages jouent des rôles multiples et complexes (parfois à leur insu) dans les histoires. En particulier, certains rôles se dédoublent en projetant leur ombre sur le plan de la narration : les nombreux lecteurs et écrivains favorisent la mise en abyme et surtout la réflexion sur la littérature et le langage. Un certain nombre de textes, du reste, sont des résumés d’œuvres fictives, comme ceux auxquels a su nous rendre sensibles Borges. L’une des pièces de L’opuscule, « L’ange de Fernando Cardona » se présente même comme un article consacré à un poète colombien, article qui aurait d’abord été publié dans une version espagnole par une prestigieuse revue colombienne (j’emploie le mode conditionnel car mes recherches ont été infructueuses – mais je n’ai pu les pousser jusqu’à Bogotá). Ces textes sont parsemés de noms propres, selon un procédé qui prend des allures vertigineuses dans le recueil L’opuscule, dont certains sont ceux de lieux géographiques réels, d’écrivains historiques et d’autres sont fictifs. Mais la complexité de l’œuvre ne réside pas seulement dans la création de ces univers, elle réside aussi dans le déroulement du récit : le lecteur a souvent le sentiment que le maître d’œuvre de ces architectures narratives s’efforce de multiplier les détours afin que les choses ne confortent pas son attente, afin qu’elles arrivent de façon imprévue – et d’abord pour le narrateur, ce qui donne à certains de ces récits l’allure très excitante du roman d’aventures (je pense à « L’otage », dans Les gardiens du territoire) ou d’autres genres parodiés avec un art qui n’a parfois rien à envier aux récits de Calvino. Ce goût très calculé de l’imprévisible trouve peut-être tout l’espace dont il a besoin dans Abécédaire, qui n’est pas un recueil au même titre que les autres : il s’agit en effet d’une série de vingt-six textes courts, construits à partir d’un mot commençant par chacune des vingt-six lettres de l’alphabet (mais le mot « illustré » par le récit n’est pas toujours celui qui l’ouvre, il ne se révèle parfois que plus loin). Pourtant, comme nous en avertit le premier texte (A), il ne s’agit pas seulement d’une écriture obéissant à une contrainte : l’Auteur, qui parle ici à la première personne, se dit bouleversé par « la splendeur des méthodes », mais ne se sent pas de taille à suivre une méthode jusqu’au bout et par découragement laisse le hasard jouer à partir d’une première contrainte. La méthode laisse place à l’exploration de chemins tortueux, au tournant desquels se découvrent des paysages imprévus. Cette tension entre le programme ou la perspective et la contingence, la rencontre imprévue (ou pour le dire autrement, entre la contemplation synoptique et la découverte diachronique) est l’une des clés, me semble-t-il, de l’œuvre de Daniel Bourdon, une clé dont on ne sait jamais quel mécanisme elle va déclencher, ni à quelle porte elle appartient, ouvrant sur quelle chambre.
Pour faire se lever ces mondes complexes en si peu de pages, l’écriture se doit d’être d’une extrême précision, qui ne fait qu’aiguiser l’énigme lorsque celle-ci s’impose. Certains de ces univers relèvent du fantastique, dans la tradition du conte romantique parfois (« L’autre », dans Les gardiens du territoire), et la menace qui pèse sur certains narrateurs est oppressante. Pourtant, si ce rapport affectif avec son lecteur avait intéressé Daniel Bourdon, il aurait écrit des récits plus longs. Au contraire, tout indique dans ceux que nous lisons que le propos n’est pas de créer un monde mais de poser une situation qui permette à l’auteur de jouer avec certaines idées, avec certaines phrases, avec certains gestes. Une distance nous préserve toujours d’entrer dans l’histoire, mais aussi un goût pour l’abstraction, pour l’érudition, pour la sécheresse de l’exposé factuel, enfin et surtout, je crois, une politesse et une civilité qui empêchent ces histoires de pencher sur le lecteur et les retiennent dans l’espace imaginaire de la lecture. Dans l’étude, déjà citée, sur le poète Fernando Cardona, auquel il prête une forte angoisse, Daniel Bourdon écrit ceci : « L’angoisse, cependant, y est calme, réfléchie, la civilité ne lui fait pas défaut et d’ailleurs, çà et là courent des éclaircies ». Dans la mesure où ce poète est une fiction, nous devons être doublement attentif à ce qui est loué de son œuvre et, en effet, cette civilité qui lui est prêtée ne relâche jamais son emprise sur la narration des situations les plus inquiétantes dans les histoires inventées. On retrouve là une maîtrise à laquelle nous a habitués le meilleur Borges : « Je fus anonyme sous les péristyles, élu en franchissant le seuil de lourdes portes aux vantaux entrouverts, égaré à l’aplomb de quelques clés de voûte » (« Le commun des mortels », dans Les gardiens du territoire). Ajoutons que cette civilité favorise aussi l’humour, comme le montrent par exemple les notes sur la vie des imprécateurs à la lettre T de l’Abécédaire.
La question des influences littéraires ne peut que se poser au lecteur de ces récits, tant certaines phrases éveillent des échos dans sa mémoire, tant les noms d’auteurs (souvent sud-américains) attirent son attention – ou tentent de la détourner. Sur le rabat de couverture de L’opuscule, le recueil le plus flamboyant sous ce regard, l’auteur nous avertit : « Depuis Jorge Luis Borges, on sait que l’Amérique latine est une métaphore. Chacun y a vécu un temps. Pour moi, ce passage fut bref. Il m’a pourtant suffi : dès lors, je me suis habitué à n’accorder qu’une importance relative aux paternités littéraires. L’auteur est aussi vide que le roi est nu […] » La note poursuit en disant que les phrases s’ordonnent d’elles-mêmes et qu’il faut bien, ensuite, que l’histoire fasse « acte d’allégeance » : « L’imaginaire, voire la tradition, ne sauraient pourvoir d’un nom. Qu’à cela ne tienne : le patronyme du premier venu fera l’affaire ». Les patronymes que nous rencontrons désignent donc, de façon métonymique, un travail anonyme qui déborde les limites de l’individu. Cette attribution d’un nom et l’érudition (vraie ou fausse) qui s’y rattache ne jouent pas sur la virtuosité et bien des récits montrent l’inquiétude de l’écrivain qui sait devoir écrire, sans savoir quoi écrire, le drame d’une vocation aux lourdes conséquences, dont il ne sait parfois que faire, comme le montre « Le trou du souffleur » dans Les gardiens du territoire. Le vide ou l’absence de l’auteur est une question que plusieurs narrateurs abordent et il faut se garder de n’y voir qu’un vœu de modestie. Le récit qui donne son titre au recueil L’opuscule est l’un des plus marquants à cet égard : le narrateur a fini par trouver une étude sur la poésie vénézuélienne, sur laquelle il désespérait de jamais mettre la main ; l’ayant traduite, il rencontre son auteur de passage à Paris, qui lui apprend que cette étude n’a jamais pu être écrite puisqu’il en a perdu toutes les notes dans une crue du Haut-Orénoque. Il l’autorise toutefois à publier sa traduction, sans nom d’auteur : « L’original désormais appartenait au monde des mots errants », conclut le narrateur. (Peut-être l’occasion se présente-t-elle d’indiquer que tous les livres de Daniel Bourdon sont accompagnés de dessins ou de gravures, de l’auteur lui-même, de Raoul Ubac, Jan Voss ou Philippe Hélénon. Or les dessins qui succèdent à ces « mots errants » évoquent cette errance sans origine : il s’agit d’instruments de travail, livre, crayon, chaise, etc., qui flottent dans un espace sans structure. Les gravures de Voss dans La dispersion évoquent le même espace, déstructuré, inorganique, sans perspective, qui est peut-être celui même des histoires de Daniel Bourdon.)
 
Les espaces sont la première chose qui frappe dans ces récits. Plusieurs d’entre eux racontent la quête d’un lieu, d’un appartement, d’une chambre où écrire ; d’autres décrivent d’étranges royaumes, ainsi celui des « Gardiens du territoire », qui refusent que leur territoire soit contrôlé par « sa » capitale et le plongent dans la nuit pour lui éviter de se soumettre ; d’autres encore font entendre une parole issue d’un espace que l’on a peine à concevoir, ainsi les « Considérations embryonnaires » dans Les gardiens du territoire, qui s’interrogent sur le temps de notre vie depuis un point de vue situé en amont, qui a pour vertu de déréaliser notre vie terrestre, comme pourrait le faire un mythe platonicien, ou encore « Qui vive ? » dans La dispersion, récit qui semble être né d’un rêve (Daniel Bourdon dit écrire parfois dans le prolongement d’un rêve), et qui décrit le temps et l’espace d’après la mort comme une transparence invivable et solitaire où prolifèrent les signifiants (« Mourir pourrait être gai, si l’on n’était pas contraint d’y survivre »). Ces récits évoquent des utopies ou des contre-utopies (ce territoire qui refuse de se soumettre à la capitale n’évoque-t-il pas une République anti-platonicienne, où le désir refuserait d’être gouverné par la raison ?) Mais pour frappants que soient ces espaces parfois labyrinthiques, ils ne jouent pas un rôle de premier plan. D’une part parce qu’ils ne sont pas décrits avec la minutie à laquelle nous a habitués le « nouveau roman » flaubertien (on pense ici davantage à Gracq ou à Kadaré). D’autre part, parce que le soupçon nous vient que, même si ces espaces imaginaires absorbent toute vie, nient la valeur de la liberté, en réalité, il ne s’agit que d’un détour que nous propose l’auteur pour découvrir autre chose. Et ce qui fait naître ce soupçon est une qualité temporelle bien particulière propre à ces espaces, et qui les inquiète, qui ne les laisse pas à leur quiétude écrasante, repue.
Bien sûr, il arrive que le temps soit spatialisé, intégré à l’espace, fixé. Ainsi, la lettre U de l’Abécédaire mentionne les théories de trois grammairiens, dont le premier décide que chaque mot n’aura qu’un sens, condamnant de fait les autres « à la disparition ou à une vie errante », dont le deuxième décide au contraire que tous les sens de chaque mot auront même valeur, simultanément, si bien que « le locuteur vivrait simultanément plusieurs vies distinctes, sans relation aucune entre elles », et dont le troisième pose que les deux théories, incompatibles, sont équivalentes. Ces vies parallèles issues d’une même phrase évoquent la concomitance des vies possibles dans « Le jardin aux sentiers qui bifurquent » de Borges et ce labyrinthe grammatical est dévorateur de vies. Mais d’autres récits nous font sortir du labyrinthe et le temps est aussi exploré dans ses dimensions historique et existentielle. Plusieurs textes insistent sur l’inscription temporelle du poème ou du récit. Dans « Le génie du lieu » (Les gardiens du territoire), un écrivain, Joseph Boileau, cherche des lieux propices aux expériences épiphaniques de l’espace et à propos des maisons retirées où il vit, le narrateur écrit : « Là, il aurait pu remplir des pages entières. S’en abstint par méthode. La certitude de devoir écrire suffisait. Il était seul et nécessaire. Son ambition : coïncider avec l’instant propice ». L’espace ici fait un pas en arrière et c’est le temps que guette la conscience. Dans « L’ange de Fernando Cardona », Cardona, nous dit l’auteur, s’interroge sur ce qui advient « de celui par qui advient le poème » et il résume ainsi ses interrogations : « Le poème naît dans l’interstice. Il voit le jour juste avant de sombrer dans le vide en inscrivant sur une page la date et l’heure de son passage. Puis, tous feux éteints, il s’éloigne dans l’aube naissante ». Cette poésie éclaire un instant plus qu’un territoire.
Et il me semble bien que ces récits ne cherchent pas à coïncider avec une cartographie de l’espace, comme le montrent plus précisément deux d’entre eux. Dans le premier, qui s’intitule « La cellule » (La dispersion), le narrateur, emprisonné sans savoir pourquoi, doit faire des aveux par écrit voire révéler la raison de son incarcération, pour différer son exécution, situation qui évoque à la fois celle de Shéhérazade, du « Miracle secret » de Borges et de Molloy. Il reçoit quatre feuillets par jour et au fil du temps écrit de plus en plus, devenant capable de faire durer le récit du moindre événement. Ne pouvant se relire, il craint l’incohérence et invente un procédé pour mémoriser toute l’histoire : chaque pierre de sa cellule correspond à un jour et chaque grain de la pierre à une phrase. A la faveur de cet art de la mémoire réinventé, l’espace de la cellule devient une page sur laquelle il trace des signes visibles de lui seul. Bientôt, ayant utilisé toutes les pierres, il les couvre de nouvelles pages imaginaires, sans pour autant effacer les premières. La littérature se déploie donc ici dans le temps, sans être limitée par l’espace du palimpseste, qui oblige à effacer. Ici rien ne s’efface et cette durée est la condition de la vie et de la liberté : « En écrivant, j’éprouve une sensation de liberté qu’eux-mêmes, exclusivement occupés à m’en priver, ne ressentiront jamais, et que j’évite avec soin d’évoquer ». La réduction de l’espace ouvre la dimension du temps, étroitement tressée à celle de l’écriture. L’espace clos n’est pas seulement le lieu propice à une utopie littéraire.
De ce point de vue, un autre récit, l’un des meilleurs à mon sens, a un grand intérêt, il s’agit de « L’art de la cartographie » dans La dispersion, qui commence par décrire une ville, ressemblant beaucoup à Venise, tant par son histoire que par son aspect. Le narrateur est un cartographe, connu dans le monde entier pour les plans de sa ville car ils s’efforcent de tenir compte de son évolution dans le temps : leur édition annuelle puis mensuelle mentionne pour chaque bâtiment tous les changements survenus depuis la dernière édition. Depuis quelque temps, il travaille même à des cartes numériques et sonorisées qui feront apparaître pour chaque lieu tous les événements de l’année. D’autre part, sa connaissance intime de la ville l’a amené à tenir un registre de ses habitants et à rédiger pour chacun d’eux de brèves notices biographiques. On comprend que ses plans se confondent avec la mémoire de la ville, qu’ils représentent son épaisseur historique, son histoire sociale et pas seulement son étendue spatiale. (Je suis frappé de la ressemblance de ce récit avec ce que l’historien Sergio Bettini disait de Venise : une ville qui ne peut se comprendre comme une ville classique, selon une perspective géométrique, de façon synchronique, mais qui se livre, se découvre et se comprend dans le temps.) Il y a pourtant dans ce récit un point aveugle : le narrateur est le cartographe de la ville, donc d’une société qui évolue dans le temps de l’histoire, mais lui-même est sans lien avec cette ville ; il n’existe pas en tant qu’habitant, il est le seul à ne pas figurer dans les registres qu’il établit car sa vie, dit-il, n’a  aucun intérêt pour personne, elle se confond avec son œuvre. Pourtant cette absence ou ce retrait sont destinés à faire échouer tout le projet : en effet, faute de temps, il n’a ni fondé de famille ni formé d’apprenti, si bien que son œuvre s’achèvera avec sa vie. Dès lors, on peut gager que le temps poursuivi s’interrompra, qu’il redeviendra de l’espace ; d’où son rêve final : qu’un raz-de-marée noie la ville pour qu’elle se fige telle qu’il l’aura cartographiée, et qu’elle devienne ainsi éternelle. Ne peut-on lire là le constat d’un échec, dressé par l’écrivain Daniel Bourdon : faute d’avoir pris en compte la tache aveugle, sa propre existence dans le tout de son œuvre, le cartographe en vient à nier à la fois son œuvre, son rôle dans la société et même l’objet de son œuvre, cette ville qu’il souhaite voir détruite. Il y a là une conscience critique qui me semble tenir à distance un tel récit du simple désir de la disparition de l’écrivain dans son œuvre.
On le voit par ce résumé, il est difficile d’interpréter cette insistance du temps dans l’espace. Retenons que ces espaces imaginaires ne sont pas toujours des pièges, qu’ils s’ouvrent aussi au temps, favorisent l’événement, le hasard. A l’inverse, on ne peut dire que ces espaces cèdent majoritairement au temps, qu’ils ne soient que le lieu de l’éclosion de l’instant. Il y a bien dans ces récits une prééminence des grands moments de l’existence (ou de l’écriture) : début, fin, tournants décisifs. Abécédaire, en particulier, revient souvent sur ces gestes décisifs que sont l’envoi d’une lettre, le voyage vers une femme, etc., et dans ce livre, plus que dans d’autres, il semble que la littérature soit un jeu, un jeu sérieux, qui confronte à des décisions importantes et difficiles à prendre. Mais un jeu dont l’issue ne peut changer grandement la vie, car la civilité et l’absence d’emphase de la prose de Daniel Bourdon ne permettraient guère de formuler une telle foi. L’instant ne permet pas de résorber tout l’espace. De la même façon, le point de vue ne peut se ramener à la simplicité, malgré la tension qui va parfois dans ce sens (l’intérêt pour la chanson populaire, les coplas llaneras, les « images idiotes » de Rimbaud, etc.). Une phrase de l’étude sur Cardona le dit sans hésitation : « Le poète est au centre d’une métamorphose inquiète dont le mouvement de balancier ne cessera pas. La poésie de Cardona ne célèbre pas la fête des retrouvailles avec la présence des choses ». La simplicité, la liberté qui font surface parfois dans les récits de Daniel Bourdon ne sont pas l’écume laissée par la remontée d’un absolu. Et ce, pour une raison que je voudrais aborder pour finir, qui est que toute simplicité se redouble ici, comme le disent les phrases qui suivent celle que je viens de citer : « Elle [la poésie de Cardona] se meut là où envers et endroit sont devenus interchangeables. Tout est vrai et contradictoire. Tout est double. »
 
Personne ne s’étonnera de retrouver la figure du double dans ces récits fantastiques. Mais ce thème romantique n’est que l’un des aspects pris par une duplication de toute chose. Au-delà du personnage du double, il faudrait mentionner les nombreux duels, l’importance de la dialectique (un personnage du « Dernier mot » a là-dessus des idées singulières), ou encore la recherche d’une autre langue, qui anime peut-être tous ces textes. Rien ne se disperse dans cette écriture rare et j’aimerais le montrer en analysant l’un des aspects de cette duplication, celui qu’elle prend en redoublant le temps, en l’inversant, quitte à l’immobiliser. Dans un poème de La dispersion, attribué à Goethe, dont nous ne connaîtrons jamais que la traduction française en prose (« Un poème inédit de Goethe »), Daniel Bourdon évoque un poète en quête d’instants d’illumination (au sens propre et solaire du terme d’abord), qui sait que la lumière dépend du lieu et du moment et que nul ne peut jamais revoir la même. Pourtant , cette expérience impossible, Goethe la fera, dans une région granitique et celtique, à un carrefour qui ne lui permettra plus désormais d’avancer : la répétition du temps, le redoublement d’un instant, c’est pour lui la mort. Sur ce thème de l’inversion du temps, l’un des récits les plus foisonnants à mon sens est « Le dernier mot ». Le narrateur y rencontre un homme qui veut fonder à Paris une prestigieuse revue de littérature sud-américaine, La Ultima Palabra. Il en devient le secrétaire et met au point le sommaire des premiers numéros. Une crise financière empêchera sa publication mais le narrateur n’aura pas tout perdu dans cet échec : il publiera son premier article, en espagnol, dans une revue colombienne, Aleph. Du dernier mot, il passera donc à la première lettre de l’alphabet hébreu. (Dans L’opuscule, cet article suit le récit, c’est « L’ange de Fernando Cardona », dont j’ai déjà parlé, et s’il est bien le premier article du narrateur dans sa fiction, il n’en va pas de même pour l’auteur Daniel Bourdon, contrairement à ce que laisse entendre la note 12.) Le narrateur dit avoir beaucoup appris de sa fréquentation du fondateur de la revue : « Je lui dois d’avoir commencé à lire à l’endroit des livres que j’avais pris l’habitude lamentable de feuilleter à l’envers ». Qu’est-ce que ce retournement ? Quelques pages avant, le narrateur, évoquant quelques conversations brillantes de cet homme, mentionne l’une de ses idées : Hegel aurait écrit la Phénoménologie de l’esprit à partir de commentaires du Bardo Thödol, dont il aurait inversé la dimension temporelle, transformant un voyage vers l’origine en un voyage vers le Savoir absolu. Tous ces indices dispersés me font soupçonner que le récit raconte la prise de conscience d’une inversion généralisée du temps, de l’espace, du langage (faisant aussi du dernier mot le dernier homme).
Comment comprendre cette inversion, ce repliement, cette duplication ? Leurs conséquences peuvent nous éclairer sur les motivations ou au moins sur les chemins suivis par l’écrivain. Car l’une des conséquences de ce redoublement est que toute chose devient simultanément son contraire. La dualité au sein de l’unité de toute chose, la résolution des contraires dans l’unité d’un point de vue est l’une des raisons qui expliquent dans les récits de Daniel Bourdon les ruptures avec la logique ordinaire, avec le principe du tiers exclu, avec la psychologie commune. Cette entreprise relève moins de la mystique que d’une proximité, peut-être, avec ce que Maurice Blanchot nommait le neutre. Une lettre de l’Abécédaire, L, évoque cette recherche. Le texte mentionne l’existence d’une lettre perdue, la quatorzième de l’alphabet, classée donc au centre des vingt-sept lettres, entre le m et le n. Elle avait la forme d’un jambage oblique et unique, que redouble aujourd’hui le n et que triple le m ; la lettre perdue permettait de dire à la fois l’un et son contraire, l’homme et la femme par exemple ; mais les guerres et la « logique phonétique » ont obligé à trancher et ont perdu cette possibilité. « Osons extrapoler : pendant une courte période de l’histoire, les hommes eurent accès à la possibilité inouïe d’une signification à la fois une et double ». En somme cette lettre permettait de ne pas choisir, elle existait à la faveur d’une ambiguïté désormais perdue. Et je ne puis m’empêcher de songer à une défense paradoxale de l’ambiguïté, entreprise par Maurice Blanchot à propos de Pascal (« La pensée tragique » dans L’Entretien infini). Voilà, me semble-t-il, ce qui donne aux récits de Daniel Bourdon ce caractère indécis, ambigu, énigmatique : il ne s’agit nullement d’un procédé qui serait propre au genre fantastique, d’une volonté délibérée de faire obscur, mais d’une approche du point où les opposés ne se séparent pas encore.
L’auteur veut explorer cet espace de la conscience dans lequel l’accès au monde n’est jamais direct, ne dépend jamais de la représentation ou de la communication mais se fait toujours par le biais d’un détour infini. Cette recherche ne peut être menée seul (l’auteur est vide, son moi social se retire de lui-même dans cette zone), elle est menée en dialogue avec d’autres œuvres, celles de Blanchot, de Borges, d’auteurs sud-américains ou encore de Melville, car il me semble apercevoir parfois le regard fixe de Bartleby au coin de la page. Et c’est cette recherche qui semble importer le plus à Daniel Bourdon et qui multiplie les passages où le récit réfléchit à ce qu’il est : la littérature est reconnue ici non comme une possibilité de représentation qu’offrirait la langue, mais comme l’exploration des chemins infinis (sentiers, layons, c’est une image qu’aime l’auteur), des détours qui permettent de s’approcher au plus près de la présence des choses, de façon asymptotique, certes, jamais directe, mais sans renoncer à cette approche. Cette dualité qui accompagne chaque mot simple, cette ombre que porte chaque lettre font entendre l’écho de ces deux paroles, que je soustrais à L’Entretien infini de Blanchot : « – Pourquoi deux paroles pour dire une même chose ? – C’est que celui qui la dit, c’est toujours l’autre ». Si je ne me méprends pas sur le sens de ces textes, ce que Daniel Bourdon retient de l’œuvre de Blanchot (jamais nommé, du reste, et ce patronyme est pour moi une métaphore plus que la désignation d’une paternité), c’est la volonté de dire et la conscience que cela ne dépend pas de soi – ou pas seulement. La dialectique qui parcourt ces récits tire probablement sa force de cette volonté.
Et le tout dernier en date des récits de Daniel Bourdon, Lettre morte, me semble reprendre le fil de cette recherche : lui aussi ne se contente pas de créer un univers, de représenter une relation entre deux amants, mais se retourne sur ce qu’est raconter, sur ce qu’est parler et sur l’adresse à autrui que nous finissons par perdre de vue dans le livre (significativement, me semble-t-il, ce court récit est d’un autre format que les précédents et se prête à l’envoi dans une petite enveloppe). Je laisse au lecteur le plaisir de découvrir ce récit ; il y retrouvera de nombreux éléments déjà présents dans les autres livres : l’insistance sur la matérialité de la lecture, le jeu sur les espaces, la dualité, la tension entre décision et indécision, etc. Il s’agit à tous les sens du terme d’un livre sur « l’amour des lettres » : de la correspondance à la littérature, la frontière est franchie sans y prendre garde. Ce récit reprend donc la méditation de l’auteur sur la littérature ; le monde qu’il décrit est le nôtre, mais à un moment où une grève des Postes pouvait encore entraver la communication, un monde d’avant l’Internet, où l’efficacité n’était pas le maître mot, ni l’immédiateté, ni la décision peut-être. L’indécision a ici une efficace propre : « […] et la durée s’introduisit en fraude entre sa décision et mon indécision. On remarquera d’ailleurs que l’indécision n’est jamais qu’un forme particulière de décision, dont la perversité n’égale que l’efficace (incalculable est le nombre d’indécis qui atteignent leur cible sans coup férir, comme par inadvertance) », et la possibilité de différer les rencontres grâce au courrier postal, allégorie peut-être d’un langage qui ne cherche pas à dire au plus vite, fait écho au détour dont je parlais tout à l’heure. Il n’est pas de sûr moyen d’atteindre la chose présente ou la personne aimée : cette rhétorique là n’offrirait qu’une représentation déjà morte. Il faut se perdre dans les chemins, accepter les détours – sans oublier l’adresse toutefois. Cette errance n’est pas due à une absence de désir, à l’indifférence de la patience : dès ses premiers mots, le narrateur nous dit désirer cette lettre décisive qui viendrait conclure une histoire et qui poserait dans l’espace déstructuré le point de fuite à partir duquel le rassembler en un espace commun. L’absence de lettre, de correspondance, c’est la dissolution de l’espace et la mort. Mais la lettre elle aussi peut subir ce risque d’errance : elle peut ne pas atteindre son destinataire et rester lettre morte, l’une de ces lettres au rebut dont on se souvient que Bartleby veillait sur elles au début de sa « carrière ». Le récit de Daniel Bourdon a, comme celui de Melville, le caractère d’un dilemme, d’une proposition qui gèle toute décision, d’une impasse tragique. Pourtant, si nous ne pouvons savoir ce qu’il adviendra de cette lettre à la fin, nous savons que le narrateur a pris conscience en l’écrivant de son amour, qui n’est plus seulement celui des lettres. Il aura fallu tous ces délais et ces détours pour que sa conscience puisse s’adresser à elle-même et formuler ces mots pour une autre. Le narrateur y verrait peut-être un calcul pervers de l’indécision. Remarquons pour finir que la voix que forge Daniel Bourdon pour dire ces détours infinis, ces lettres devenues livres, ces murs de prison qui se couvrent de signes, etc., cette voix n’hésite pas, ni ne profite de notre écoute pour durer, pour devenir littérature. Nous l’entendons au moment où elle est devenue sûre d’elle et peut présenter l’affaire rapidement, sans fébrilité. Quelle que soit la diversité des narrateurs, nous reconnaissons vite le timbre et le rythme de cette voix. Et nous éprouvons à la retrouver le plaisir de l’entretien, dont nous aimerions qu’il dure.
 
Bourdon/Patrick Werly
Cet article a été publié dans: Le Nouveau Recueil, revue de littérature et de critique
Nous vous invitons également à écouter l'enregistrement de la rencontre avec Daniel Bourdon
 

lundi, mars 12, 2012

La semana cultural de Colombia/La semaine culturelle de la Colombie


Del 14 al 19 de marzo se lo dedicamos a Colombia:
fotografía, deporte, cine, cocina, danza, turismo, talleres de creatividad para los más pequeños y, claro,
intercambios literarios en Versión Libre!


Du 14 au 19 mars sont pour la Colombie:
photographie, sport, cinéma, cuisine, danse, tourisme, atéliers de créativité pour les plus petits, et, bien sur,
nos échanges littéraires en Version Libre!


à partir de 18h
Espace Jacques 1er D'Aragon
Montpellier
Voir le programme et dossier de presse sur notre blog de l'asso... AFCM


Mercredi 14 mars à partir de 19h30
Présentation de la semaine
Lancement du Blog Littéraire: Version Libre
Vernissage Expo Photo
Conférence Tourisme
Apéritif de bienvenue

Jeudi 15 mars à partir de 17h15
Échanges littéraires
Comité de lecture
et à 18h30 nos auteures invitées
Frédérique Marthouret, auteure du livre Stella Maris
 et María Inés McCormick, auteure colombienne de livres pour la jeunesse.

dimanche, mars 11, 2012

Las auroras de sangre


Ospina, William: Las auroras de sangre.
 ed. Norma,  Bogotá, 1999.

recommande:  Las auroras de sangre
de William Ospina, Norma, Bogotá, 1999.


La littérature colombienne possède plusieurs monuments dont les plus remarquables sont peut-être Cien años de soledad, de Gabriel García Marquez, et  Elegías de varones ilustres de Indias, de Juan de Castellanos, que quatre siècles séparent du premier. Dans Las auroras de sangre (ed. Norma, 1999), William Ospina donne son interprétation de cette œuvre magistrale et longtemps ignorée que, dans son presbytère de Tunja, sur le plateau andin, son auteur mit trente ans à écrire. 


Ni chroniqueur patenté, ni poète inspiré, mais l’un et l’autre en même temps, hybride singulier, Juan de Castellanos fut moins le conquérant d’une terre que celui d’un langage. Témoin rigoureux des faits et gestes des siens et de leurs adversaires, mais en même temps nomenclateur d’un monde. Castellanos prend possession du nouveau continent en le nommant tout au long de ses cent treize mille six cent neuf vers hendécasyllabes. Qu’il s’agisse d’un fruit mystérieux, d’un arbre grimpant à l’infini pour trouver la lumière, d’un reptile géant, du visage d’un cacique ou d’une bataille féroce, tout chez lui est célébration. Il transforme en nécessité ce qui sans lui n’aurait été qu’une succession confuse de pillages, de guerres, de meurtres et de vengeances.

DB

vendredi, mars 09, 2012

Presentación de El libro de Esther



El Libro de Esther de Juan Carlos Méndez Guédez 
El libro de Esther, Lugarcomún, Caracas, 2011.







En Méndez Guédez he descubierto a uno de los más sólidos valores 
de la nueva narrativa hispanoamericana. Alfredo Bryce Echenique


Eleazar vive en Caracas. Llega al periodismo literario porque, según él, le falta talento para ser escritor. Está divorciándose de Marilyn sin admitir que el proceso le cuesta. Le tiene miedo a todo : al ataque de asma de su vecina de avión, a la Pepsi-cola porque es la culpable de su infortunio amoroso, a la hepatitis, a las comidas grasosas y a casi todo lo que no puede controlar. En síntesis, podría escribir el manual del perfecto neurótico.

Presentación de Los inocentes de Oswaldo Reynoso

Los inocentes de Oswaldo Reynoso,
Peysa, Perú, 1995.   
Los inocentes de Oswaldo Reynoso, un libro que bien valdría la pena traducir y publicar en Francia

Los Inocentes  es una novela de apenas 73 páginas que marcó un giro en la literatura peruana al incluir como protagonistas a la ciudad de Lima y a  una « collera » (banda) de jóvenes del centro de Lima.

jeudi, mars 08, 2012

Un partenaire: librairie Jardin des Livres




VENEZ DÉCOUVRIR LA NOUVELLE LIBRAIRIE 
DU QUARTIER BEAUX ARTS, UN JARDIN POUR LIRE

Littérature, BD, Jeunesse (livres et jeux, 
petit coin accueillant les enfants!)
Sciences-Humaines, Vie citoyenne, Arts, Danse & Musique, Voyage,Vie pratique…
Et un rayon spécialisé de livres en espagnol et catalan: 
avec des nouveautés littéraires espagnoles et latino-américaines.
Animations pour les enfants et les adultes .
           


du lundi au samedi de 10h à 19h30




3 rue Ferdinand Fabre
34090 Montpellier
à 40m de la station de Tram ligne1
arrêt Louis Blanc                                                                                      
contact@1jardin2livres.com


Entrevista con el poeta y ensayista Rafael Cadenas




Un encuentro con el poeta venezolano Rafael Cadenas marcó el inicio de nuestras actividades, hoy, ya hace casi un año, les invitamos a leer la entrevista que nos concedió y una muestra de los poemas que leyó.


Entrevista con el poeta y ensayista Rafael Cadenas
por Rachel Mihault
¿Por qué prefiere Usted la poesía al teatro o a la novela ?
He sido lector de novelas y teatro desde mi juventud aunque hoy menos, pero la poesía, pensaba yo, podía expresar más brevemente el sentir. Eso fue lo que me atrajo.
¿Cuáles son los temas recurrentes en su obra ?
Han variado a lo largo de mi vida. En el primer período la memoria del exilio en Trinidad,  isla cercana a Venezuela ; después el conflicto interno producto de una crisis, el cual al suavizarse me ha permitido ir más hacia lo externo, ser más objetivo.
¿De qué manera trabaja Usted ? Es lo primero el trabajo de la escritura o la inspiración ?
Ambos, pero priva lo primero, la llamada inspiración es rara. Se manifiesta cuando un texto se escribe con una fluidez poco frecuente. Lo usual es el trabajo, que lleva tiempo, pues el poema se guarda, se revisa, se corrige, y a veces ni se logra.
¿De qué movimientos poéticos se siente Usted más próximo ?
De ninguno. Hoy la tarea es muy individual. Tampoco existen movimientos o escuelas. En estos días he sentido afinidad con Yves Bonnefoy porque habla de la Presencia, algo que está en nosotros, nos rodea y no sabemos ni sabremos qué es. 
La poesía es un medio para conocer el mundo. ¿Qué es lo que permite conocer más  precisamente, o piensa Usted como Mallarmé que hacer poesía es buscar un Eden inasequible ? 
Estoy muy lejos de Mallarmé. Hace tiempo escribí que de la poesía se espera que haga más vivo el vivir. Creo que al mismo tiempo apunta hacia el misterio de todo.

La poesía :¿tiene que ser comprometida ?
Sí, con la vida. La prosa sirve más que la poesía para tratar cuestiones sociales o políticas.
Permite decir todo ; la poesía en ese sentido tiene limitaciones ; opera en otra zona.

¿Quiénes son los autores importantes en su formación literaria ?
En uno influye, consciente o inconscientemente, todo lo leído, pero de los modernos debo mencionar a Rilke, Whitman, Rimbaud, Michaux, Borges, Milosz (Czeslaw), Cavafy y Pessoa. Son más, pero no puedo nombrarlos a todos. Además, desde el comienzo uno busca su forma propia.

¿Qué otras artes practica Usted ?
Ninguna otra.¿Cuáles son las artes que ocupan un sitio importante en Venezuela ? La música desde mucho antes del actual régimen. El desarrollo musical de Venezuela es un  fenómeno único en el mundo . Hay centenares de orquestas infantiles, juveniles y de  músicos mayores. Quien ha creado este movimiento, José Antonio Abreu, ha tenido un reconocimiento mundial.

¿Háblenos de los ensayos que ha escrito, ¿de qué temas tratan, qué mensajes quiere Usted transmitir?
Sobre la necesidad de cuidar el idioma para evitar su empobrecimiento, sobre la importancia
de verse a sí mismo, sobre los estragos que causa el ego. Últimamente, debido a la situación
política de Venezuela, donde existe una dictadura disfrazada que Europa quiere ignorar, he
escrito en defensa de la democracia.


¿Qué es venezolano en su obra ?
El país donde nacemos nos condiciona en todo -lenguaje, historia, costumbres-, pero hay un
rasgo allá en el sector de buen nivel cultural, que es su apertura hacia el mundo. Como
lectores, los venezolanos son cosmopolitas. En mí no ha influido mucho la literatura
venezolana, aunque la valoro enormemente.


¿Cuál es su experiencia de la enseñanza de la literatura en la Universidad ?
Yo lo que he hecho es conversar con los alumnos sobre los puntos de cada programa, con
total libertad. He procurado que aprecien las obras, sobre todo su lenguaje y lo que ellas nos
dicen. Casi todos los cursos que he dado han sido sobre poesía española clásica y moderna y
sobre poetas norteamericanos.


¿Qué necesitan los escritores, las editoriales y los libreros en Venezuela ?
Se importan pocos libros porque el gobierno les niega los dólares a los libreros independientes. Las librerías oficiales sí los reciben, pero importan sólo aquellas obras que
sirven de apoyo ideológico al régimen o que no coliden con él. Existe la editorial del
Estado, sobre la cual se puede decir lo mismo : está al servicio del gobierno. Publica
bastante, pero nada que vaya contra éste. Los escritores disidentes publican en editoriales
privadas o de otros países, especialmente España, México y Colombia.


¿Qué es de la traducción de las obras latinoamericanas ?
Se traducen los escritores muy conocidos como García Márquez, Vargas Llosa, Borges, Paz, Neruda; son pocos.

Usted ¿cuáles son los autores a quienes ha traducido ?
Mis traducciones están reunidas en El taller de al lado. Las hay de Cavafy, Segalen, Graves,
Herbert y otros polacos, Nijinski, Whitman y textos del zen. Todas del francés y del inglés.
Es decir, algunas son retraducciones, lo que no me gusta hacer pero cuando la obra es
importante lo hago.


¿Cuáles son las dificultades para traducir poesía ? Al traducir, ¿se traiciona la versión original?
Si se hace con cuidado, no hay traición. La que ofrece más dificultad es la poesía rimada,
pero ella no es la que se escribe hoy, aunque algunos poetas todavía la emplean. En esta
época ocurre una prosificación de la poesía, que comenzó con la aparición del poema en
prosa nacido en Francia, la ampliación del campo de la poesía que trajo Whitman y el verso
libre también creado por él y otros.


¿En qué se puede decir que la poesía eleva a los humanos ?
El poeta romano Horacio dijo que los poetas fueron los educadores de los griegos. Creo que
de eso se trata. La poesía, sin ser didáctica, sin proponérselo, educa, mediante la belleza del
lenguaje y del sentido, mediante su hondura, mediante aquello a lo que apunta. No me atrae
la idea de elevación. Mucha poesía, al contrario, nos trae a tierra, a la vida corriente, a la
realidad cotidiana. Eso pasa por ejemplo en el kaiku japonés, entre otras modalidades. Lo
que eleva, como lo indica la misma palabra, puede alejarnos de lo que somos.